lunes, 18 de abril de 2011

LA ALQUERÍA DE LOS PADULES

© 2009 Francisco Marmolejo Cantos
Capítulo correspondiente a la alquería de los Padules, extractado del libro Históricas y Arqueológicas del Medievo en Coín.




Introducción

Nuestro primer objetivo trataba de identificar la alquería de Los Padules citada en documentos del siglo XVI con un yacimiento arqueológico bajomedieval situado entre los límites municipales de Coín y Guaro. Nuestra intención fue la de reconstruir su territorio y analizar los espacios de trabajo y hábitat en vísperas de la conquista. Sin embargo la primitiva toponimia reflejada en los textos, junto a los diversos asentamientos del entorno, delataba la presencia de establecimientos cristianos para los primeros siglos de al-Andalus, y animaba al estudio de estos para comprender la realidad, evolución y transformación del territorio.

Siguiendo las descripciones históricas del siglo XVI, no había duda de la existencia de un cenobio cristiano (deyre) bajo advocación de San Pedro (Santovítar) dominando la alquería, situado en la cima de cerro Donoso, donde aún se evidencian vestigios de un recinto andalusí en altura. Nuestra contribución proporciona indicadores de que, en tierras malagueñas, no sólo existen los denominados «centros rupestres mozárabes», sino también el monacato en altura, manteniendo a modo de hipótesis que los hagiotopónimos posiblemente surgen de estos centros religiosos, que en muchos casos habrá que relacionar con deires (conventos), bien sean fortificados en origen o bien evolucionados a ḥuṣūn, aunque en la práctica sean confundidos con «castillejos» y las fuentes enmudezcan tales características.

Sobre el despoblado bajomedieval de Los Padules no tenemos constancia en los textos andalusíes; tampoco figura en ninguna de las crónicas dinásticas del siglo XV. Las primeras noticias históricas llegan tras la conquista castellana de 1485, con la documentación real y los repartimientos de la tierra de Málaga, donde aparece como heredamiento y, más tarde, como donadío y cortijo. En el estado actual de nuestra investigación, únicamente lo hemos encontrado como alquería en los apeos de Guaro y Vega de Río Grande de 1571, lo que supondrá un contrapunto en su tratamiento historiográfico, en consonancia con los datos arqueológicos y con la entidad geográfica y administrativa que expresan los textos castellanos.

Creemos no equivocarnos al afirmar que es posible identificar y localizar esta alquería citada en las fuentes con un despoblado bajomedieval existente en la zona de Guaro Viejo, a tenor de las descripciones históricas y la toponimia menor reflejada en material cartográfico. Se trata de un enclave abierto sobre un valle de colinas de escasa elevación, al abrigo de los vientos invernales, aprovechando la media ladera y una suave explanada en los confines de los términos municipales de Coín y Guaro.

Se viene insistiendo en que aquí, en este lugar, se encontraba el antiguo pueblo de Guaro durante el Medievo. Sin embargo hoy sabemos que la villa actual ya existía como unidad poblacional del antiguo reino de Granada, más concretamente como torre de alquería, lo que demostraremos en una próxima publicación.

Guaro el Viejo figura relacionado como despoblado medieval desde el siglo XVIII en la magna obra de Medina Conde, aunque, en contra de lo que se pensaba, el núcleo de hábitat se encuentra mayormente en término de Coín y no en el de Guaro. Entre las producciones cerámicas abundan grandes contenedores como alcadafes, tinajas y jarras para abastecimiento permanente y estable. Son frecuentes en superficie los ataifores vidriados en verde de diferentes tonalidades, además de apreciarse la generalización de melados al interior en vasijas de cocina. La cerámica de estos niveles muestra tecnología y tipología de época bajomedieval, bastante homogénea en nuestro contexto geográfico, sin descartar otras producciones altomedievales en niveles inferiores del sector NE de la alquería. Estos vestigios cerámicos de baja Edad Media, precisamente en esta localización geográfica, están en plena consonancia con lo que las fuentes escritas del XVI llaman la alquería de Los Padules, incluso con el significado y la antigüedad de la toponimia, como tendremos ocasión de ver.




Padules es un hidrónimo latino algo extendido en el sudeste andalusí Palus-udis y conservado en Coín bajo la forma habitual de «Paule», que viene a significar terreno húmedo o lagunoso. La toponimia del siglo XVI se muestra muy generosa en las cercanías de nuestra alquería; como decíamos, se menciona la loma de los Christianos, el cerro de Santovítar y, en especial, la sierra de Aldeire, que muestra el topónimo árabe al-dayr para indicar la existencia de alguna comunidad monástica cristiana (convento). En este punto cobra sentido también el cerro de Santovítar que, a nadie escapa, deriva del hagiotopónimo Šant Bῑṭar, apuntando la existencia de algún centro religioso bajo advocación de San Pedro.

Dicho esto, no encontraremos zona más árida que los Padules, y ello precisamente empaña una correcta interpretación del topónimo. Sin embargo, creemos tener una explicación en la modificación del paisaje medieval, toda vez que, en los repartimientos de Coín, se menciona «una ysla, que parte con el término de Guaro». Que sepamos con certeza, esta isla con cultivos irrigados se situaba sobre la divisoria de ambos términos y, por ello, creemos poder ubicarla en el estrangulamiento que sufre el cauce de Río Grande a su paso entre el cerrillo de la Plata y cerro Chapín, seguramente con origen en un meandro hoy desaparecido, que se extendería por el paraje del Llano del Comisario.


Recursos

Nos interesa poner de relieve las características del medio físico con el fin de analizar la tradición productiva de la zona y reconstruir el paisaje nazarí. Diremos que son suelos de esquistos de baja permeabilidad, con presencia de pizarras, filitas y algunos gneises, aunque también asoman arenas, areniscas y arcillas del Plioceno en la margen izquierda de Río Seco. En la actualidad el paisaje se presenta cubierto de olivos y almendros, con sectores tapizados en primavera por aulagas y retamas, pero carente de cubierta vegetal en general y muy erosionado por la escorrentía superficial.

Los apeos de Guaro nos hablan del aprovechamiento del medio natural en el siglo XVI, principalmente agricultura, ganadería, caza, pesca y recolección. Se nos dice que moriscos de Guaro y Monda tenían tierras de labor en el cortijo de Padules. La realidad muestra que en el entorno inmediato a la alquería no se dan condiciones para practicar una agricultura intensiva y lo cierto es que tampoco quedan vestigios de ello, con la salvedad de dos pequeñas albercas algo distantes del hábitat

Son suelos de baja potencia agrícola y poca rentabilidad. Los recursos hídricos son escasos; y los pocos que existen, de caudal muy limitado. En las cercanías del despoblado sólo advertimos dos pequeños manantiales, un pozo y diversos arroyuelos. No existe ningún sistema hidráulico acorde a la entidad demográfica de la alquería, siendo de sospechar que nunca se ha dado el minifundio asociado al regadío, ni la fragmentación de la propiedad, consecuencia lógica de la expansión demográfica de baja época medieval.

La zona de regadío se encuentra algo alejada del asentamiento de Los Padules dejando su huella en el paisaje de Río Grande, sobre el que habremos de insistir. Se desprende de la documentación castellana que el espacio hidráulico de dicho río estaba asociado a nuestra alquería, inserto en su territorio. En tal sentido planteamos que si, en el siglo XV, sus límites alcanzaban la atalaya de Ardite –en la margen opuesta de Río Grande–, allí deberíamos ubicar su espacio irrigado, precisamente en las fértiles terrazas fluviales del Cuaternario.

El río llevaba tal cantidad de agua que no se precisaban turnos ni repartos, incluso se nos dice que «no havía acequias ni encaminamiento de las aguas, porque cada uno la trae por donde mejor le parece». Pero lo cierto es que, en el mismo texto, encontramos numerosas alusiones a la acequia de la vega, que hace de lindero entre las parcelas de la sierra y las del río. Los diversos arroyuelos inmediatos a la alquería fluyen hacia el arroyo del Portugués para desaguar en Río Grande, únicamente el arroyo de las Adelfas vierte algo en Río Seco próximo a la zona circunscrita.

La sequía estival de las surgencias es generalizada en toda esta zona y buena culpa de ello la tienen las intensas y concentradas precipitaciones, que aquí tienen carácter de aguacero, protagonizando las impetuosas crecidas de Río Grande y entorpeciendo el aprovechamiento de los recursos hídricos. Estos suelos de acusada pendiente, fáciles de saturar, contrastan con los existentes en las fértiles terrazas aluviales de la vega de Río Grande, donde las continuas infiltraciones del sistema de acequias y del riego por inundación, nos ayudan a entender el porqué de tantas fuentes y el porqué allí, en verano, muchas incluso aumentan su caudal. Hoy se explica la dificultad de recargar estos pequeños acuíferos por la introducción del goteo y el abandono de tantas huertas.

Río Grande vertebra el poblamiento y el territorio desde tiempos prehistóricos, permaneciendo como primera línea defensiva para cuando se hace imposible vadearlo, así se percibe en los despoblados medievales del Cortijo de Tomás, cerro del Aljibe, Piñón, Casapalma y Algane (<al-ŷanna: el jardín). En la baja Edad Media los asentamientos se dispersaron con profusión por la margen derecha del río –que discurre en sentido NW-SE–, por encima de las terrazas fluviales inundables y de las huertas de cítricos que hoy jalonan su curso. La acequia de Guaro, con una longitud de 14 kilómetros, marca la línea de agua por abajo de la cual se localizan los cultivos irrigados, quedando el secano para pastos y la media ladera para hábitat. Nuestros mayores tienen por cierto que esta acequia no se adentraba en término de Coín y que se amplió en tiempos recientes. No podemos más que darles la razón, pues existe un despoblado bajomedieval (Los Villares de Algane) por debajo de esta conducción, además de numerosas encinas aisladas en terrenos que fueron de secano. Los apeos hacen clara alusión a la acequia de la vega en el pago de Las Mezquitillas, de hecho allí se encuentran los regadíos históricos que son objeto de reparto.

La base económica de Los Padules en el siglo XVI la podríamos resumir en colmenas, seda de morales y tierras de pan de secano. En los textos nada se dice de que existan viñas, que tanto gustan de los esquistos, solamente se citan bajo el cerro de Santovítar, aunque sí están presentes en los pagos vecinos de Liguax (Guaro) y Angostura (Coín).

El patrón de asentamiento es distinto al observado en otros despoblados muy próximos y coetáneos, tal se advierte en los Villares de Algane (TM de Coín) o en la alquería de Río Grande (TM de Guaro); la principal diferencia se encuentra en la aridez del lugar escogido para establecimiento y su emplazamiento alejado de la vega de Río Grande. Y la única explicación la encontraremos en la toponimia romance y en la cerámica paleoandalusí de su entorno, sobre la que habremos de volver.


Límites geográficos

Se hace evidente que los límites municipales modernos no se ajustan al territorio de las alquerías nazaríes en esta zona. El caso que nos ocupa de Guaro Viejo es bastante paradigmático, no de otra suerte el topónimo está presente en esta localidad y mayormente en la de Coín. De hecho la primera noticia histórica que conocemos data de 1491, con ocasión de suplicar la villa de Coín que se le hiciese merced de un heredamiento que se llama los Padules y Xara, que es junto con su término, porque «diz que será muy provechoso para se acrecentar la población de la dicha villa».

Los límites del donadío en el siglo XVI serían herederos en gran medida de los existentes en periodo bajomedieval. Contamos con suficiente información para recomponer su territorio, animados por los textos y la actual microtoponimia conservada en escrituras y cartografía. El donadío de Los Padules ocupaba ambos lados del viejo camino de Coín a Guaro, perviviendo el topónimo hasta nuestros días en el partido de Paule de Coín, desde el cruce de la carretera de Guaro hasta alcanzar Río Seco.

Los dominios de la alquería lindaban al Este con Puerto Falso, con la Sierra de Focairit (Cerro del Aljibe) y la Angostura. Hacia el Norte también es posible averiguar sus límites, a propósito de un deslinde efectuado en la Jara, en el cual se nos dice que, en la atalaya de Ardite, existía un mojón «que determinaba los términos de entre Guaro y los de Padules y Coyn».

Establecer los límites de la alquería supone conocer el poblamiento rural bajomedieval lindero a su territorio. En especial hablamos del castillo de Ḏakwān (Coín), los Villares de Algane (TM de Coín) y las torres de alquería de Guaro, Pereila (TM de Coín), Río Grande (TM de Guaro) y Torrecilla (TM de Coín). Habrá que matizar que los dos últimos son despoblados con entidad demográfica y defensas propias, sin embargo para el siglo XV no tienen la consideración de alquerías en sentido jurídico-administrativo, con sus términos, pastos y aguas, tal como lo fueron los despoblados de Pereila, Padules, Casapalma, Fahala, Hurique o Benamaquís.

Una de las noticias históricas que más interesa a nuestro estudio hace enumeración de los términos (y posibles alquerías) de la «Xara e Fexecot e Tamacen e Valentyn e los Padules». Hoy sabemos que la Jara lindaba con los Padules, Valentín y Tamaçin, lo que nos permite precisar la extensión territorial de sus términos. Sin embargo, no estamos en condiciones de precisar si fueron unidades de población en periodo bajomedieval, con la salvedad dicha de las alquerías de los Padules y la Jara

Desde los textos se descubre cómo la alquería de Los Padules debió extender sus límites desde Río Seco hasta Río Grande, sobrepasando el área irrigada para alcanzar la atalaya de Ardite, ya en la margen opuesta. En el deslinde realizado en 1576, desde Ardite hasta Río Seco, se mencionan un total de tres atalayas en torno a nuestra alquería, todas concentradas en un espacio geográfico muy reducido. Es posible fundamentar que estas atalayas no eran torres almenaras, posiblemente eran estancias o lugares elevados con buen campo visual (tal parece en el cerro Atalaya de Coín); aunque en el caso concreto, a decir verdad, podríamos inclinarnos por algún tipo de estructura, en tanto que en la zona hay vestigios y referencias materiales reflejadas en «un caseron de la atalaia Alta de Ardite » y una atalaya del Deyre.

En la actualidad, el topónimo Atalaya pervive en el término municipal de Coín y en el de Guaro, en ambos casos pudieron delimitar los modernos partidos de Paule y Guaro Viejo, siendo muy posible que, por su situación geográfica, sirvieran para separar los términos entre dichas poblaciones en periodo nazarí.


Comunidades rurales

Si las descripciones históricas del siglo XVI se prestaban al estudio de la alquería de Los Padules, qué duda cabe de que la toponimia conservada en esas mismas descripciones evocaba un pasado religioso y apuntaba directamente a los primeros cristianos de al-Andalus. En otras palabras, en el territorio de los Padules se daban cita la atalaya y sierra de Aldeire, el cerro de Santovítar y la loma de los Christianos. En la tarea de identificación de estos lugares debíamos tener presente que el territorio de Los Padules acogía cinco pequeños enclaves arqueológicos muy próximos entre sí, todos de época altomedieval y similares características, a los que cabe añadir nuestra alquería nazarí, donde se concentraría todo el poblamiento disperso de la zona para baja época medieval

El asentamiento de mayor importancia y antigüedad se encuentra situado en altura, ocupando parte de la cima de cerro Donoso y acogiendo en su órbita otros pequeños núcleos habitados situados en la colina de Paule, en el peñón de Guaro Viejo y en el cerrillo de la Plata, lo cual ayuda a explicar la ruralización del hábitat en torno al dayr y la atracción de éste sobre las comunidades asentadas a media ladera.

Cerro Donoso se orienta en sentido E-SW, extendiéndose desde Los Padules hasta las cercanías de la villa de Guaro. En su extremo oriental se localizan dos cumbres escalonadas. La de menor altitud se encuentra aterrazada artificialmente con vestigios visibles de hábitat, demostrando ser un enclave de suma importancia para fijar el momento de islamización en la zona. Se trata de un asentamiento andalusí en altura, no tanto por su cota como por las bruscas rupturas de pendiente. Se encuentra en término de Guaro a unos 360 msnm, ocupando parte de la cima del cerro en su vertiente oriental, constituyendo el punto más elevado de Los Padules.



Primeras hiladas del recinto de cerro Donoso en su caída oriental


Se observan pequeños niveles de derrumbes y las primeras hiladas de una estructura muraria muy consistente, acaso de algún edificio de planta alargada o quizá restos de estructura castral, tal existen en los cercanos cerros del Aljibe y Ardite. En cualquier caso estamos ante un recinto perimetral, quedando visibles algunas esquinas de lo que parecen ser estancias internas. La línea de muralla se advierte en la parte del cerro que presenta fisonomía abarrancada, a unos quince metros de donde se encuentra el material cerámico y las demás estructuras domésticas. No obstante el perímetro se puede adivinar siguiendo los niveles de derrumbe y las curvas de nivel en su caída oriental y septentrional, quedando al descubierto recientemente algunas estructuras no emergentes, como resultado de los intensos movimientos de tierra que viene sufriendo toda la corona del cerro.

En niveles superficiales, junto a estas estancias internas, se aprecian bastantes fragmentos de cerámica modelada a mano y torneta, sin que aparezca ningún vidriado altomedieval. Las producciones cerámicas y su ubicación en la cima del cerro nos animan a su identificación con el «aldeire de Santovítar». Al menos el lugar se ajusta con precisión geográfica a las descripciones del siglo XVI, como tendremos ocasión de ver.





El paisaje de Los Padules se muestra plagado de casas viejas abandonadas, exentas y dispersas por todo el territorio. Ninguna de ellas tenemos por medieval con toda certeza, pese a que algunas evidencian cajones de mampostería con hiladas de tejas y ladrillos. Decididamente sólo una despierta nuestro interés; se trata de una vivienda en estado ruinoso que reaprovecha un gran muro trasero de mampostería y tapial terroso, cuya localización geográfica hemos ilustrado en cartografía. 

El muro al que aludimos excede la altura y la anchura del perímetro de la vivienda, tiene mayor grosor, mayores mampuestos e incorpora sillarejos en esquinas. Su parte superior está fabricada en tapial, técnica poco habitual en el poblamiento rural de la zona, conservándose en buen estado y sin fisuras. El cuerpo inferior no es un zócalo de mampostería, vista su gran altura, más bien parece un tramo de muro perimetral, recrecido con varias tongadas de tapial terroso. Se trataría por tanto de una obra mixta, acaso ejecutada en distintas fases constructivas o quizá, al mismo tiempo, conjugando ambas técnicas.

No se advierte material cerámico en sus aledaños, posiblemente por haberse rebajado el terreno a cotas muy inferiores, tanto que el acceso a la casa se sitúa a más de un metro sobre el nivel del suelo y ni siquiera se observan restos de la vivienda derruida. De lo que no cabe duda es que estamos ante una estructura de origen medieval de difícil interpretación, vista sus características constructivas, su gran altura y solidez. Dicho esto, especialmente llama nuestra atención, a pocos pasos de aquí, casi encajonado en el arroyuelo que pasa al pie de cerro Donoso, un estrecho y escondido espacio hidráulico adyacente, todavía intacto, ligado a un pequeño manantial que desagua con atanores en una primitiva alberca de mampostería.






Ruinas de vivienda aprovechando muro de obra mixta en mampostería y tapial 
Las referencias documentales a la sierra del Aldeire y al cerro de Santovítar nos llevan a ubicar ambos topónimos en el actual cerro Donoso, lo que nos permitiría hablar de un deire consagrado a Santovítar, esto es, un cenobio donde se rinde culto a San Pedro. En la propuesta de localización todas las descripciones históricas nos llevan a un cerro entre los límites de Coín y Guaro, próximo a los caminos que atraviesan por Padules, dejando Río Seco al Sur y Río Grande al Norte.

Es fácil advertir que, tanto en la descripción de las tierras linderas con el cerro de Santovítar como en las linderas con la sierra de Aldeire, existen claras referencias a las tierras de Francisco Tello, a los caminos que atraviesan por Padules y a la divisoria entre las dezmerías de Guaro y Coín. Aún podríamos añadir que los topónimos Santovítar y Aldeire se encuentran ubicados físicamente en cerros, aunque éste último figura también como sierra y atalaya. La realidad es que sólo existen cuatro sierras por el entorno: cerro de Ardite, sierra Pelada, cerro del Aljibe y cerro Donoso. El primero y el segundo figuran tal cual en los textos; el tercero aparece como la sierra de Focairit y el cuarto, únicamente puede tratarse de la sierra de Aldeire, pues no existe otro posible en el contexto geográfico que muestran los textos.

En consecuencia, las descripciones nos llevan a un Santovítar emplazado en la sierra de Aldeire o un deire consagrado a Santovítar, todo ello teniendo en cuenta que probablemente el hagiotopónimo se extienda a los pequeños núcleos habitados. Nuestra propuesta de identificación se ve ratificada con los restos arqueológicos inéditos que observamos en la cima de cerro Donoso, sea tanto por los vestigios de cerámica común paleoandalusí, como por las estructuras emergentes que ilustran el texto










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 2009 Francisco Marmolejo Cantos

Capítulo correspondiente a la alquería de los Padules, extractado del libro Históricas y Arqueológicas del Medievo en Coín.


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